Por Pedro José Franco López
Técnico en Patrimonio Histórico y Cultural.
Basado en las
informaciones del periódico
“La Provincia” y
el Diario “ABC”.
El nombre del
comandante José María Ansaldo está escrito con letras de oro en la historia de
la aviación española, también debería estarlo en la de Canarias y, por los motivos que les expondremos,
también debería estarlo en la historia de San Bartolomé de Tirajana y
Maspalomas.
Resulta que, en
1930, Ansaldo, pilotando el avión
Ford AT-4, de la compañía C.L.A.S.S.A., realizó el primer vuelo comercial
entre Madrid y Canarias. Se cuenta como anécdota que hizo el vuelo vestido de esmoquin, pues había llegado al aeródromo de
Getafe rápidamente desde el hotel Ritz, donde había celebrado la boda de su
hermano.
Fue al filo de
las dos de la madrugada, desde el aeródromo de Getafe y, ayudado por los faros
de una treintena de automóviles, se establecía por primera vez el servicio
regular con las Islas Canarias, aterrizando en Gando, después de hacer escala
en Casablanca y Cabo Rubí, a las siete de la tarde.
Además, el 22 de septiembre de 1946, recién
terminada la Segunda Guerra Mundial, el primer DC-4 de Iberia inauguró su
primer vuelo trasatlántico Madrid-Buenos Aires, con escala en Villa Cisneros,
tripulado también por los comandantes José María Ansaldo, Teodosio Pombo y
Fernando Martínez Gallardo.
Y,
mira por dónde, se le debe a este célebre comandante el que la Playa de
Meloneras y el Faro de Maspalomas fueran noticia nacional a principio de la
década de los años 60 del siglo pasado.
Resulta
que Ansaldo, gran emprendedor y aventurero, se afanó en protagonizar una gran
gesta: cruzar el Atlántico a bordo de un globo diseñado por él mismo, para cuya
salida eligió la entonces desértica playa de Meloneras.
Montó
su campamento un poco más allá del Faro de Maspalomas e inició el inflado de su
globo llamado "Canarias", con el añadido de las siglas obligadas para
la navegación aérea “EC-APX”, la tarde del domingo 3 de abril de aquel 1960; para
lo que contó con el apoyo de su más íntimo colaborador y acompañante en la
aventura el "radio" de vuelo Gregorio Alonso Gutiérrez y, por
supuesto, con el de la compañía Iberia, en la que había sido uno de sus más
destacados pilotos, además de organismos y autoridades de la Isla.
La
operación de inflado que empezó, como dijimos, la tarde del domingo 3 de abril
de 1960, concluyó en la mañana del martes siguiente. El saludo y los deseos de
triunfo de todo el pueblo canario llegaron a Meloneras de la mano del entonces
presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria Matías Vega Guerra, que no quiso
perderse tal acontecimiento.
La
anunciada aventura de Ansaldo traspasó las fronteras de las Islas para
convertirse en un acontecimiento nacional, con enviados especiales de los
principales rotativos nacionales.
Todo
iba como miel sobre hojuelas hasta que al mediodía de aquel martes se inició la
operación de traslado del globo desde tierra hasta mar adentro para soltar las
amarras, en la que intervenía el remolcador AR-2 del Puerto de la Luz.
Eran
las tres de la tarde cuando alguien advierte que en la parte alta del aerostato
se nota una abertura por desgarro de la lona y, por la que, poco a poco se
inició el escape lento del hidrógeno que el piloto había ido almacenando desde
hacía tres meses. La desilusión fue tremenda y Ansaldo, desolado por el fracaso
de su aventura navegando en globo para
cruzar el Atlántico hasta tierras americanas, ordenó la suspensión de aquel
ilusionado intento.
La
explicación oficiosa sobre lo ocurrido que circuló en la misma playa fue que al
pasar cerca del helicóptero produjo una gran corriente de aire que desplazó a
un lado el toldo que lo cubría para evitar el calentamiento del gas, por lo que
recibió durante algún tiempo los fuertes rayos solares en pleno mediodía que
originaron el ablandamiento del pegue de una de las uniones por cuyo orificio
se fue escapando el gas y desinflando lentamente.
Los
ojos de Ansaldo, abatido su cuerpo y desplomados sus ánimos, miraban fijamente
la "agonía" de su frustrada gran obra, mientras brotaban las
lágrimas.
La
desolación se fue contagiando en aquel campamento de Meloneras al punto de que
al anochecer protagonistas, colaboradores y curiosos ya lo habían abandonado.
José María Ansaldo regresó a la Isla en agosto de aquel mismo año para llevarse
a Madrid la esfera voladora con la que intentó vanamente escribir una nueva
página de su historia como piloto.