Cuando chiquillos, los que ahora peinamos canas, o no peinamos nada, ibamos a la playa (en mi caso, a la del Inglés), corriendo por pista de tierra o saltando de surco en surco ó (de camella en camella), hasta llegar al mismo borde del risco, para después bajar a la playa, zinzageando por un estrecha y accidentada vereda.
Y nos encontrabamos con playas desiertas que nos parecían enormemente largas (se hablaba incluso de brujas en las inmediaciones de las Dunas) y bebíamos agua fresca del Chorro.
Después vinieron las casetas de lona (blancas y/o a rayas) y, más después vino todo lo demás.
Pero seguíamos bajando a la playa, pero nos quedábamos al borde del risco, algún turista, bien extranjero o de Las Palmas, nos dejaba algunas monedas por ayudarles a bajar la carga hasta la playa; cuando medio duro -2,50 ptas.-, era todo un dineral.
Ahora vemos como un agridulce "privilegio" el volver a verlas igual de vacías, pero eso sí, las mantendremos en nuestra retina a todo color.
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